Un año a base de pizzas

Dice el mito que las cocinas de los pisos de estudiantes son campos de batalla, pocilgas en las que puedes encontrar de todo. Supongo que no será así en todos los casos, pero en mi caso no puede pensar en aquella cocina de mi piso de época universitaria y no sentir vergüenza

Todo empezó cuando decidí continuar la carrera en Barcelona. Los dos primeros años no habían sido del todo fructíferos y decidí cambiar de aires. Pasar de una universidad de provincias a una de una gran ciudad, una de las urbes más animadas de Europa no parecía la mejor de las decisiones pero, a la postre, salió bien porque, irónicamente, conseguí concentrarme más en Barcelona.

Durante el tiempo que estuve allí compartí tres pisos distintos pero, en esencia, mi vida giró en torno a la ‘mazmorra’, como la llamábamos en plan de broma. Durante una fase, contabilizamos 6 nacionalidades diferentes, y sin saber todos hablar inglés. Toda una aventura.

La cocina era un esperpento y aunque una chica francesa trató de imponer unas reglas para que aquello no se transformarse en un lugar insalubre, fue imposible. La cocina siguió siendo radioactiva… y la chica francesa se fue harta.

Un buen día, entre varios decidimos comprar un  horno pequeño. La cocina no tenía horno y era un hándicap importante, sobre todo para las pizzas congeladas, ese comodín del estudiante. El horno se transformó en una especie de Santo Grial. Cuando lo pusimos en la cocina, hasta el congoleño de la casa le rindió pleitesía.

Nuestro querido horno cambió la vida de aquella casa, qué pena que la francesa no esperase hasta ese momento. Vale, a partir de aquel día se consumieron muchas más pizzas, pero además nos sirvió para tomarnos en serio el mantenimiento de la cocina. Todo tenía que estar a la altura de nuestro reluciente horno pequeño.

Cuando me llegó el día de hacer las maletas, hice una foto a la cocina que parecía hasta un lugar normal de cualquier otra casa. Fue toda una satisfacción. La verdad es que allí quedó el horno. Cuentan los rumores que un día el congoleño desapareció de la casa y no volvió… llevándose el horno de regalo.